Aún recuerdo lo bonita que sonaba
esa palabra en tu boca. Nunca sabía con certeza de qué ni a donde. Aunque para
serte sincera, eso era algo que me daba bastante igual.
Me bastaban un par de minutos
para estar lista para la aventura. Una sonrisa bien grande y muchas ganas de
vivir eran suficientes.
Caminaba ilusionada, libre, sin
mayor carga que un vestido fino y un pequeño cuaderno por si, disfrutando de
mis musas, la inspiración me asaltaba. Te vi a lo lejos y no fui capaz de
contener mis ganas por abrazarte.
Paseamos sin aparente rumbo fijo,
alejándonos de las luces de la ciudad. Adentrándonos en nosotros. Me encantaba
el modo en el que me mirabas a los ojos al hablar, como si fueras capaz de ver
mi alma a través de ellos. Me sentía desnuda y sin embargo extremadamente
cómoda pérdida en la miel de tu mirada. Era tan intenso que no era capaz de
mantener ese estado más que unos breves instantes. Escapaba escapando y era consciente
de que tú lo sabías.
A lo lejos vi tu coche, parecía
que tu si conocías el destino. Contuve mi curiosidad y me dejé sorprender. Apretaste
el acelerador con decisión mientras yo te cantaba algo de Pereza. Y sin nada
más, nos adentramos en lo más oscuro de aquella noche sin luna.
Las luces de la ciudad
desaparecieron, los arboles nos rodearon por completo. De repente, me vi
envuelta en el cielo más precioso que había visto en mi vida. Rodeaste mi
cintura y permanecimos en silencio, simplemente disfrutando de nuestro pequeño
viaje por el universo.
Tumbados en mitad de la nada, me
diste la mano y me sentí astronauta. Necesitaba ver el reflejo del universo en
tus ojos y sin previo aviso me aventuré en ellos. Mira que es complicado, pero
el cielo parecía aún más bonito entonces. Un huracán revolvía mi interior pero
yo me negaba a apartar mi mirada. Sabía que si no la retiraba, aquella noche
sería cómplice de algo más que de un par de tontos contemplándola. Supe que lo
había conseguido cuando por primera vez descubrí el sabor de tus labios. Ya no
había vuelta atrás. Tus manos descubrían poco a poco cada rincón de mi cuerpo
que estremecía al contacto. Hicimos el amor tan bonito, que nunca antes hubiese
imaginado que era posible entregarse así. Desnudos en mitad de la naturaleza
nos convertimos en ella y comenzamos a formar parte de aquella maravilla que
nos envolvía.
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