Dicen que más allá de la
oscuridad existe un lugar único, un paraje tan brillante que resulta cegador.
Cuentan por ahí, que quien va, jamás regresa, queda encantado, o tal vez
atrapado, nadie lo sabe con certeza. Algunos rumorean incluso que allí, las
calles son de caramelo y los mares de cacao. Existen muchas leyendas acerca de
Wong, pero yo, sinceramente, no me creo ninguna.
Tanto mi profesión, como mi
exagerada pasión por las ciencias y las matemáticas me sitúan en una posición
muy contraria a la corriente actual. Soy escéptica, sí, y muy orgullosa de
ello. Asociar la avalancha de desapariciones nocturnas de los últimos años a la
existencia de un lugar mágico llamado Wong, a mi parecer, no es ni más ni menos,
que otra demostración más de la incultura extendida en la sociedad. Wong, Wong,
Wong, la gente, la televisión, el periódico... Cada día el mismo cuento. Desde
luego, el mundo se estaba volviendo loco, o tal vez, ya lo estuviese y esto
fuese tan solo su último delirio.
Mientras me despojaba de todos
estos pensamientos, salté de la cama para así, enfrentarme al nuevo día con
decisión, fuerza y sobretodo, ganas de demostrar al mundo que la única magia
existente se llama matemáticas y su poder, física.
Encendí el televisor mientras
giraba mecánicamente la cucharilla, luchando contra los grumos del cacao en
polvo. Odiar la leche caliente estaba en mi larga lista de manías. De fondo, el
murmullo de las noticias. "Esta madrugada se ha denunciado la desaparición
de dos menores a las afueras de la ciudad de Madrid, al parecer..." Ahora
era el momento estrella de Wong. Maldita palabra, cada día le tenía más asco.
Suspiré sonoramente aunque nadie pudiese escucharme. La soledad no era algo que
me molestara, es más, me resultaba reconfortablemente útil. No sentía ningún
tipo de atadura, era libre para desarrollarme personal y profesionalmente.
Siempre he sido una chica muy independiente, la verdad. De pequeña no tenía
casi amigos, mi adolescencia fue un poco más de lo mismo, un puñado de falsas
amistades, "amigos" de esos que te pegan la puñalada cuando menos lo
esperas, acompañados de unos cuantos amores casi tan breves como
desafortunados. Y es que, los príncipes siempre me salían rana. Sola, lo que se
dice sola, tampoco podría decirse que estuviera, tenía unos fabulosos
compañeros de laboratorio con los que compartía mi pasión, y una familia que,
aun sin llegar a poder comprenderme, me quería y respetaba como a la que más.
Sumida en mis pensamientos,
bajé hasta el garaje de mi residencia. Era enano, pero la casa lo compensaba.
Aparté cuidadosamente la bici, para así poder montar en mi Volkswagen Sirocco,
blanco e impoluto. Tenía ya sus años, pero la relación sentimental que nos unía
era tan grande que me resultaba imposible desprenderme de él.
Pisé el acelerador con
decisión. Tomé la autovía sobrepasando notablemente los 200. Nadie circulaba
con precaución. Hacía ya años que el sistema policial se había casi disuelto.
Los medios de comunicación y la justica habían perdido el norte. Ahora ya no
importaban la corrupción, el maltrato o hasta incluso, los asesinatos. Se
priorizaban otros asuntos más etéreos. Asuntos que jamás yo llegaría a
comprender. No obstante, la conducción extrema, la velocidad y el sonido de un
motor revolucionado me causaban un subidón de adrenalina que creaba un gran
contraste con mi rutinario día a día. Lo adoraba, y la ausencia de multas
incrementaba más aun mi amor por la conducción.
Como acostumbraba a hacer, llegué
antes de tiempo al laboratorio, mi oasis. Un espacio donde perdía la noción del
tiempo por completo.
Estudiábamos sobre todo la
relación espacio-tiempo, la teoría de cuerdas, la física cuántica y la nuclear.
También sentíamos una fuerte atracción hacia el funcionamiento de la mente
humana, por lo que no fueron pocas las veces que nos embarcábamos en
investigaciones psicológicas.
Wong era nuestra pesadilla,
aunque también, motivación. Dentro del laboratorio existían dos equipos que
correspondían a dos tendencias completamente opuestas. Aquellos que
trabajábamos para probar la inexistencia de Wong, frente a los que buscaban
evidencias científicas para demostrar que Wong, aun siendo real, no era ni por
asomo un lugar mágico.
La ciencia había quedado
desprestigiada. Ya nadie sentía esa bonita necesidad de comprender el porqué de
las cosas. Claro, la magia era una explicación mucho más sencilla y que
requería mucho menos esfuerzo mental. El sistema educativo arrebataba vilmente la
curiosidad y la creatividad natural de los niños. La ley del mínimo esfuerzo se
había impuesto por decreto y eso de ser muy trabajador, era considerado
indicador de poca inteligencia.
El estado ya no nos financiaba.
Nuestro santuario se mantenía en pie gracias a las donaciones de los pocos
cuerdos que quedaban en la sociedad del caos. Cada vez eran menos, y por lo
tanto, nuestros ingresos y modo de vida se hacían progresivamente más humildes.
Los sueldos eran indignantes pero el dinero había pasado a ser algo secundario
en mi vida. Aquel empleo era lo único que conseguía hacerme sentir llena.
La jornada fue tan amena como
de costumbre. Entre cálculos y análisis, olvidé consultar el reloj y acabé mi
jornada pasadas las 11 de la noche. Llegué a casa agotada, el laboratorio me
consumía y me daba vida a la vez. No cené, de lo único que tenía hambre era de cama.
Pasé por enfrente del espejo del pasillo y miré mi reflejo con detenimiento. Acaricie
con la yema de mi dedo índice el surco de las marcadas ojeras. Mi aspecto
demacrado cada vez era más notorio, fruto de una vida casi insana. Y es que
drogas hay para todos los gustos. Mi adicción, mi terrible y perjudicial vicio:
el trabajo.
Entre tanto pensamiento y tan
poco quehacer, el reloj ya pasaba de la media noche. Apagué la luz y dejé la
mente en blanco, disfrutando del dulce descanso, saboreando cada caricia de la
suave sabana y el reconfortable alivio del mullido colchón. A penas unos
segundos fueron necesarios para llevarme al sueño más profundo.
"BIIIIIIIIIP" El
estridente sonido del timbre me despertó bruscamente, ahogando mis sueños en un
grito. Salté de la cama. El corazón acelerado, las manos sudorosas. Necesitaba
saber que ocurría, podía tratarse de una emergencia. Las 3:23 de la madrugada.
En el videoportero no se veía ningún indicio de actividad o movimiento. Lo
enchufé repetidas veces y reclame respuestas, inútilmente. Tras varios intentos
comencé a blasfemar con ira. La furia se había desatado, no había nada que
odiase más que me robasen el sueño sin motivo alguno. ¿Qué tipo de descerebrado
se dedica a arrebatar el descanso de desconocidos por ocio? Ofuscada por la
falta de información, corrí hacia la ventana, con el fin de identificar al culpable.
Nada, oscuridad, soledad. Ni un alma. Volví a la cama con la esperanza de
recobrar el sueño, aunque sabía de sobra que sería inútil. Y así fue.
Ilustración anónima encontrada por la red pero que me enamoró.
Espectacular, deseando que siga
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